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GRACIAS D. ANTONIO por su misión

Espacio misionero diocesano de la Iglesia católica de Cádiz y Ceuta

GRACIAS D. ANTONIO por su misión

Director_Misiones_agradece_a_Obispo_Dorado_misiónA primera hora de la mañana llega el mensaje: “D. Antonio Dorado está en coma. Parece que está mal”. Tres horas más tarde llamadas y mensajes confirman que ha fallecido y así lo refleja inmediatamente la web del obispado malagueño.
            Se me hace necesario un instante de silencio. Luego también lo comunico a amigos cercanos, incluyendo una súplica: “Que el Señor le premie todo el bien que ha hecho a la Iglesia y a los hombres”.
            “Le recordaré siempre como el obispo que me ordenó”. Así me expresaba en el abrazo de paz de la celebración de la Eucaristía que por primera vez concelebraba a su lado, minutos después de, por su imposición de manos, convertirme en presbítero una tarde de final de junio de 1982. La respuesta de D. Antonio aguda, como solía, fue: “espero que por algo más”.

 
            Unos once años después, con motivo de su traslado a Málaga, le expresé que efectivamente su pronóstico fue muy acertado. Como muchas personas de la iglesia diocesana de Cádiz y Ceuta recuerdo mucho y bien a D. Antonio Dorado y su figura ya muy valorada y entrañable cuando teníamos la fortuna de tenerlo como obispo, con el paso de los años se ha engrandecido aún más. Mi recuerdo es además de agradecimiento y reconocimiento.
            Agradezco de D. Antonio Dorado su magisterio. Por ello lo recuerdo como MAESTRO. Aprendimos mucho de nuestro obispo, ya desde el seminario. Aún recuerdo con facilidad los primeros ejercicios espirituales que nos dirigió el obispo a los seminaristas en abril de 1977. Siempre tan ocupado y solicitado (en aquellos años tan complejos y con responsabilidades en la Conferencia Episcopal) compartió tan cercanamente toda una semana con unos pocos jóvenes. Con sus excelentes cartas pastorales, sus homilías y su siempre agradable verbo en todo tipo de circunstancias y encuentros nos enseñó mucho y nos ayudó a vivir nuestra fe y nuestras tareas eclesiales. Los gaditanos tuvimos la oportunidad de disfrutar de su lúcido magisterio, del que aún rescatamos muchas afirmaciones y enseñanzas.
            Agradezco de D. Antonio su testimonio. Por ello lo recuerdo como TESTIGO. Son varias las dimensiones ejemplarizantes de su vida como Obispo de Cádiz y Ceuta: su austeridad, su disponibilidad permanente a este pueblo, su sencillez de trato, su accesibilidad para sus curas, su oración, su responsabilidad y otras muchas actitudes que probablemente se me puedan escapar en este momento. Quisiera, no obstante, destacar su probado amor a la Iglesia. Incluso su marcha de Cádiz en 1993, a decir en su homilía de despedida “ni esperada ni deseada”,  la aceptó como “extraños designios de Dios”. También en esos momentos nos dio un gran ejemplo de fidelidad eclesial.

            Agradezco a D. Antonio su episcopado. Por ello le recuerdo como PASTOR. Es imposible en el espacio disponible para esta evocación enumerar las luces de los veinte años de su episcopado entre nosotros, pero también lo es no reflejar al menos: la excelente aplicación del Concilio Vaticano II en nuestra diócesis, sus parroquias y sus comunidades; el plan de renovación pastoral y la asamblea diocesana con la que culminó;  la radical transformación del seminario diocesano; la promoción de las vocaciones al presbiterado; la planificación pastoral; la construcción de nuevos templos y complejos parroquiales; la valoración y promoción del laicado, el impulso de la formación permanente y especialización de los presbíteros diocesanos, ininterrumpidamente nos enviaba a estudiar a las universidades pontificias a pesar de la escasez de recursos y de clero. Para todo ello contó con la magnífica ayuda, complicidad y compañía de su Vicario General,  Ignacio Egurza, a quien tras su repentina muerte añoró tanto. D. Antonio contaba además con todo tipo de personas en sus diversas edades y tendencias. Siendo muy claras sus opciones, fue entre nosotros un hombre muy plural y respetuoso con todos. Nadie podía sentirse excluido por un obispo que favorecía la diversidad y la integraba en la unidad diocesana.      
Agradezco su ministerio. Por ello le recordaré como SACERDOTE. Siendo Delegado de Pastoral de Juventud pude disfrutar la alegría con la que D. Antonio presidía una dinámica celebración comunitaria del sacramento de la penitencia en un encuentro de jóvenes a los que confesaba como un cura más. Posteriormente nos comentaba como había disfrutado y aprendido en esas confesiones. Cuando siendo párroco del Santo Cristo de San Fernando nos hizo la Visita Pastoral pudimos apreciar y disfrutar en múltiples detalles su rostro presbiteral. Ya antes en  mi primera parroquia, San Juan de Dios de Ceuta, pude apreciar esa cualidad cuando vino a pasar un fin de semana normal, por el simple hecho de estar en la parroquia. Su elegante trato con todos y al mismo tiempo su entrañable cercanía nos permitía disfrutar siempre de su presencia. D. Antonio era capaz de recordar siempre hasta los pormenores de tantas situaciones personales y familiares, por las que no dejaba de interesarse, incluso cuando ya vivía en Málaga.
            Tenemos muchos motivos para nuestro agradecimiento a Dios por D. Antonio Dorado. Cuando cientos de diocesanos lo despedíamos en el anual encuentro diocesano de Campano ponderando su providencial episcopado en Cádiz y Ceuta, una vez más nos enseñó con una expresión de su sencillez: “El Señor os perdone a vosotros vuestras exageraciones y a mí la vanidad”. Ahora D. Antonio ha escuchado ya al Señor decirle: Ven, bendito de mi Padre.

Juan Piña Batista
17 de marzo de 2015

Una respuesta

  1. Pilar dice:

    Gracias Juan por tan bella y sentida semblanza. Fue una gracia contar con D. Antonio Dorado en la diocesis….era accesible a los curas, como tu dices y también a los laicos…Era excelente en las distancias cortas…Se entregó hasta el final al servicio de la Iglesia. Ya está al lado del Pastor.

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